lunes, 3 de diciembre de 2012

La vergüenza de los pobres


Cabizbajo. Sin poder enfrentarse a la mirada de la gente que iba depositando una moneda en un pequeño bote. Cabizbajo, con la mirada penetrante en un punto sin fin del suelo. Impotente de decir una palabra, de pedir limosna. Allí estaba ÉL, a las puertas de un supermercado. Bien vestido. Aparentemente sano. Un chico de mi edad. Un chico de mi generación. Una generación tildada, tristemente, como la 'generación perdida'.

Vergüenza de pedir. Vergüenza de verse en la calle. Vergüenza de depender de los demás para llevarse un trozo de pan a la boca (junto a ÉL, dos barras de pan que alguien le ha dado)

Sentir vergüenza es un sentimiento que lleva a sentirse avergonzado de uno mismo, por lo que recae directamente a la autoestima, esencial en la vida humana. La vergüenza es una emoción secreta, escondida. ÉL ha tenido que convertir lo más íntimo en algo público. Se ha desnudado de la manera más cruel.

Me paro, miro mi monedero y solo llevo un euro. Decido ir a casa y coger un trozo de torta de almendras que me ha dado mi hermana. Vuelvo al lugar y ya no estaba. Su vergüenza no ha podido más.

Hoy han detenido a Díaz Ferrán, ex presidente de la CEOE. En su casa han hallado 150.000 euros en metálico y un kilo de oro. En casa de su 'secretaria' (también detenida) la friolera cifra de un millón de euros. Este señor (siempre me educaron en dirigirme hacia los demás con buenas palabras, pero realmente le definiría con otro término) no tuvo vergüenza en salir a la palestra mediática y abogar por "trabajar más y ganar menos", entre otras barbaridades. Dudo que se aplicase sus teorías. Dudo que tuviese, que tenga, un mínimo de vergüenza, menos aún de dignidad humana. 
  • Además de todo ese papel de dinero que convierte a esta humanidad en corrupta, hay que sumar propiedades por todo el mundo, vehículos de alta gama o yates

 Díaz Ferraz, ex presidente de la CEOE


ÉL me ha recordado a ELLA. Una anciana en otra puerta de un supermercado, en Valencia. Por las mañanas allí estaba y por las noches cuando regresaba del trabajo continuaba allí aunque el supermercado ya estaba cerrado. ELLA se esperaba a que los trabajadores tirasen a un contenedor los productos caducados. Un día le llevé mi bocadillo. Era mi comida de esa jornada. Ese bocadillo estaba hecho en Ibi. Nunca pensé que ÉL y ELLA tuviesen relación. Nunca pensé que Ibi llegase a asemejarse a una capital autonómica.

ELLOS no se conocen pero han terminado en un mismo sitio, en diferentes lugares geográficos. ELLA en Valencia, ÉL en Ibi. A los dos esta injusta sociedad les ha llevado a la misma situación. ELLA me recordaba a una abuela, a cualquiera de nuestras abuelas. ÉL me ha recordado a mi. A cualquiera de nosotros, a los de esa 'generación perdida'. Los dos sentían vergüenza. Los dos estaban cabizbajos. De una historia a la otra han pasado tres años.

Ibi es un pueblo industrial. O lo era. Un pueblo próspero donde en los años 60 muchos españoles de otros puntos de España vinieron aquí, entre esa multitud mis padres. He visto pobreza, mucha. He compartido ratos con la pobreza pero nunca en Ibi. Ahora la hay. En apenas una semana mi corazón se ha encogido viendo a ÉL y a otro ÉL durmiendo en una acera resguardándose de la lluvia, de una noche fría y lluviosa.

Hoy siento VERGÜENZA, ASCO y REPUGNANCIA. Vergüenza de nuestros políticos, de los lobby empresariales, de todos aquellos que roban sumas incalculables y, sin embargo, solo tienen beneficios políticos, policiales y judiciales. Siento vergüenza de la amnistía fiscal; siento vergüenza de la ley hipotecaria; siento vergüenza de las prácticas nada lícitas ni dignas de los bancos; siento vergüenza de las empresas del Ibex 35; siento vergüenza de tantas injusticias... pero NO siento vergüenza ni de ÉL ni de ELLA. Ellos solo luchan por vivir y, sin embargo, sienten vergüenza. Una vergüenza NO justa

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