miércoles, 2 de octubre de 2013

La dignidad perdida de los estafados en la banca




“¿Qué es lo que más me indigna?” Respondía con el mismo interrogante un transeúnte tras preguntarle que con todo lo que está pasando en el mundo (dígase caso Bárcenas, corrupción en la política y en los ámbitos empresariales de las altas esferas, Siria, etc), ¿qué es lo qué más le preocupa? Su repuesta ha sido clara: la carencia de ética y moral que hay entre las personas más cercanas, con los que nos rodean, vecinos de toda la vida, personas con las que has tratado en infinidad de veces, que has compartido alegrías y tristezas, en las que has confiado.

Pongamos el caso de las Preferentes: el vecino de ‘tota la vida’, el que te encontrabas en el bar, el que saludabas cada mañana, el que salía contigo en las fiestas de tu pueblo, el que un día te llamó y te ofreció el gran sillón de su despacho para que te sentaras en el porque tu opinión le importaba para saber a qué universidad debía ir su hijo… El que te decía que eras una excelente clienta y por eso te iba a recompensar con algo muy selecto, pero el que no te alertó de los riesgos que tenía aquel producto que te vendió con engaños, el que nunca te dijo la verdad, el que no te llamó para decirte un simple lo siento. El que ahora no se inmuta ni un ápice viendo a personas mayores llorar, sufrir… y todo ello por unas míseras comisiones en su nómina. (femenino, masculino… no importa el sexo)

Sonámbula recorrió apenas 150 metros. Un sentimiento aterrador en cada paso que daba. Sabía que lo que iba hacer rompía en pedazos su dignidad, sus creencias, su lucha por la verdad, sus derechos, sus principios. Pero ella no tenía más fuerzas, no tenía ánimos para luchar contra una montaña cuando solo es una pequeñita piedra en las faldas de un mastodonte. Han sido 150 metros en los que han pasado por su mente demasiados momentos desagradables, interrogantes sin respuestas, 150 metros (apenas tres minutos de recorrido) en los que se han apoderado de ella la angustia más amarga. El silencio. La impotencia. La rabia. El cansancio.

Son dos largos años de sufrimiento, de ver llorar a la persona que más quiere, la que le inculcó a respetar a todos por igual, sea quien sea, esté donde esté, tenga lo que tenga; a decir siempre la verdad, a no mentir, a no hacer daño. Es un dolor intenso que se le agarra al pecho y le cuesta respirar, tan profundo que las lágrimas que derrama dejarán huellas imborrables.
Y ahora se pregunta, ¿Y dónde están sus ideales? ¿Sus principios? ¿Sus ganas de luchar? ¿Su valentía? ¿Su verdad? Pero está agotada con tanta injusticia a su alrededor. Sabe que no hay mayor injusticia que la justicia y que con el poder económico no valen utopías. Sabe que este país está corrompido por los poderes políticos y económicos, donde el segundo maneja al primero y el primero le da todo su apoyo al segundo sin importarle las historias humanas. Sin importarles la verdad.
 
A ella no le duele el desgaste económico al que hoy ha puesto fin, a ella le duele el desgaste emocional (eso nadie se lo va a devolver). Es un dolor tan intenso que a la vez inexplicable, que le atraviesa no solo su parte emocional, también la racional. Con su rúbrica ha borrado sus derechos, no sólo judiciales sino también profesionales, por los que siempre ha luchado y defendido, por los que ha creído. No le duele el dinero que ha perdido. Le duele su dignidad que hoy ha perdido. Le duele la mentira y la maldad entre iguales. Le duele en lo que se está convirtiendo la especie humana.


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